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En dos direcciones ‘obstinadas y contrarias’

En dos direcciones ‘obstinadas y contrarias’1

Por Lorenzo Santoro

La versión original en Italiano se puede encontrar a qui

Traducción Roberta Granelli, revisión Laura Inter

Nunca he tenido una relación sexual completa. Sí, tengo que decir la verdad, cuando he tratado de hacerlo nunca ha sido algo totalmente placentero: lo hago de manera distante, lo hago de manera que las personas se alejen, en mi cabeza algo que hay que anteponer entre el otro y yo, una zona ‘segura’ en donde el otro puede poner todo lo que quiera. Pero, seguramente, yo únicamente doy lo suficiente para poder decir que cogí.

La idea de la penetración la concibo como algo que desintegra, como una explosión de mis fronteras. Imagino el acto como si alguien manoseara las puertas de mi cuerpo, una invasión, una laceración, o, al contrario, una implosión, como si alguien me ahogara con una almohada, como si alguien me obligara en tener la boca abierta y un camión de carga vaciara en ella cientos de metros cúbicos de escombros hasta llenarme por completo. Cuando hablo de penetración, no solo hablo de una verga en el culo, y como puerta no solo entiendo el ano. He blindado todos mis orificios: las orejas, las fosas nasales, los poros, los ojos, la boca. Es como si me preparara para la guerra, no para el amor o el sexo. Siempre soy yo el que hace, el que toca, el que mete, el que decide, es un comportamiento que se define de forma simplista como ‘activo’. Cuando en realidad soy pasivo a mis miedos, mis relaciones sexuales son masturbaciones paranóicas, más que gozar satisfago mi neurosis, es un círculo vicioso que a menudo me lleva a preferir no quitarme los calzones, y, como máximo, a hacerme una paja solo, en mi habitación.

Tienes que hacer las paces con tu culo”, me dijo Enrico hace unos meses, mientras desayunábamos en la cafetería que está abajo de mi casa. La noche anterior, él fue el primer chico que dejé que entrara en mi cuerpo. Todavía no puede creer que perdí mi virginidad a los 29 años, nadie nunca lo puede creer.

Pero, ¿cómo puedo explicarle a un chico, que me da asco que me toquen? ¿Cómo puedo decirle que si me detengo a pensar en la imagen de unas manos, después de solo un instante, imagino que se convierten en miles de arañas que se arrastran sobre mi cuerpo, y se meten por todos lados aunque yo no quiera? El simple hecho de compartir un instante de desnudez con otro, es suficiente para que inmediatamente me encuentre en un hospital, donde me revisan sobre una camilla, revisiones de las cuales nunca me explicaron el motivo, análisis de los que nadie me explicó el significado; tocándome con esas manos que van de arriba hacia abajo, de adelante hacia atrás, como si yo fuera un piano o una arpa, manos que solo han tomado sin devolverme nada, manos que me han robado la intimidad.

El hospital, es un lugar en donde siento que no es un hecho que te pertenezca tu propio cuerpo: no se distingue con claridad lo que es tuyo y lo que es del médico, tampoco es cierto que mis certezas permanezcan como tales para todos los actores involucrados en la escena, y por lo tanto, esto es suficiente para que se conviertan en incertidumbres. El hospital no es la calle, no es el mundo de allá afuera, es un lugar en donde no todos tienen la misma importancia, existe una clara jerarquía y, quien utiliza el sistema sanitario nacional, puede acceder a los tratamientos para salvaguardar su proprio bienestar, pero solo si se convierte en un paciente. Pasas de ser sujeto a ser objeto de debate, la información no se proporciona a la persona, se aplica sobre la persona. A partir de esto, se empieza a perder el sentido de unx mismx.

Me quité los senos coincidiendo con el cataclismo del diagnóstico del síndrome de Klinefelter 47 xxy, que lo puso en duda todo, me confundió aún más, hizo que por un lado me sintiera alivianado por haberme quitado lo que nunca quise, y por otro, que sintiera un vacío porque no fui acompañado en este viaje por un proceso psicólogo que me enseñara como se vive un luto, y como construir algo nuevo. En ausencia de comprensión, percibí este acto como violento, como algo que me hicieron, no he construido el hombre, solo “asesiné” a la mujer. Esto provocó en mi mente un efecto dominó, que en muy poco tiempo, lo destruyó todo. Después de este “delito”, facilitado por los tratamientos médicos cuya consecuencia fue una virilización que aunque es algo que deseo de manera inconsciente nunca tuve la oportunidad de elaborar para poder ser realmente el motor de ese deseo, siento que me pusieron entre la espada y la pared, y me siento obligado a tomar testosterona.

Decidieron que tenía que ser masculinizado, ¿pero cómo puede este deseo proceder de alguien que no fuera yo? Tomo Testogel de 50ml, pero, ¿qué efecto tiene en mí? No lo sé. Flashback: el doctor anunció a sus estudiantes que era muy probable que yo no produjera esperma. Quería contestarle que eso no es cierto, pero seguí el juego de la medicalización. El doctor no me lo dijo a mí: yo solo fui un caso que se mencionaba en el libro que estudió, en este dice que quien tiene testículos demasiado pequeños, no produce esperma. El manual hablaba de casos, no de personas. Yo sabía que producía esperma, lo sabía porque, como todos, me masturbaba desde la adolescencia, pero por el tono intimidante e impersonal de los médicos, accedí a hacer la prueba.

El resultado de los análisis fue azoospermia, pero el resultado no me lo entregan a mí, dos años más tarde descubrí que soy estéril. La virilidad, la fecundidad, la creatividad, se derriten como ladrillos de lodo bajo una lluvia inesperada e incesante. Este vacío me hace recordar la guerra que vivieron mis abuelos, me siento como los escombros humeantes después de un bombardeo. De mi solo queda la enfermedad.

Me encuentro entre dos direcciones ‘obstinadas y contrarias’: el síndrome de Klinefelter 47 xxy, una patología; y la intersexualidad, una condición. Me identifico con la segunda, digo que soy intersex, pero, mientras la palabra ‘intersexo’ la interpreto exenta de categorizaciones médicas, y carente de aquel intento voyeurista que además de escrutar nombra – devolviendo a mi cuerpo sus formas originales, masculinas y femeninas al mismo tiempo y que pueden ser leídas como un ser único, una persona que no puede ser separada en dos partes, no soy mitad y mitad, soy todo en uno; – el síndrome se presenta con algunas características aterradoras. Me hace sentir como si no me pareciera a mis padres, ni a mis abuelos, ni a mi hermano, sino a muchas otras personas que no conozco y que comparten conmigo la deformidad, personas que no son parte de mis raíces, ni de mis recuerdos.

Mis fotos ya no son las que mi mamá guarda en el closet de mi habitación, las fotos de mi cuerpo están en los manuales de endocrinología, en las páginas web, en los blogs, siempre estoy desnudo, sin embargo, no tengo ni una sola imagen de niño en la que me hayan retratado sin ropa. De pronto mi imágen se deforma: las caderas se ensanchan, los hombros se estrechan, los brazos y las piernas se alargan, se reduce el crecimiento del vello en el pecho, el pene se vuelve ‘micro’, se manifiesta el hipogonadismo, los senos con ginecomastia, los huesos se adelgazan a causa de la osteoporosis, padezco de disfunción tiroidea, anomalías cardíacas; además, me siento obligado a familiarizarme con una nueva terminología que me caracteriza: enfermedad genética, anomalía cromosómica, cromosoma x adicional, 47 xxy, sufro síndrome de Klinefelter, sintomatología evidente, aneuploidía, anomalías estructurales del cromosoma x, trisomía. Aprendí que también en otros mamíferos, tales como las ratas, se pueden producir casos de síndrome xxy. Las ratas.

Para proteger las migajas que ahora quedan de mi yo más auténtico, en un desesperado intento de construir limites absolutos dentro de los cuales pueda comprender y construir mis deseos, y más allá de la masculinización que me fue impuesta que no tiene ningún poder sobre mí, genero desde mi mente un personaje femenino muy poderoso, pero que ofusca mi verdadera identidad. Lollette es inarmónica, omnicomprensiva, destructiva, destruye mi verdadera feminidad, la feminidad sana que siempre he intentado que viva en armonía con mi masculinidad, a pesar de la gran dificultad al estar ésta determinada por las formas.

Entré al hospital como un todo, entero, y salí diseccionado, partido a la mitad, así que creé una superfemme2 que justifico debido a la existencia de la intersexualidad, la cual me permite ser parte de la historia y poner en duda los procedimientos médicos. Esta superfemme me permite abrirme a la posibilidad de sentirme no-enfermo, pero también me hace imposible ser alguien saludable, porque la idea de su existencia se construyó en mis pensamientos en oposición al súper-varón, y esto no me ayuda a apropiarme, a través de ella, de aquellas caracteristicas inconscientes y fisicas de un simple varón. Lleno el vacío dejado por los senos amputados con el superfemenino, porque siento que me falta esa parte, pero al mismo tiempo quiero ser varón, y ser varón implica aceptar la medicalización.

Parece que no hay salida: tengo el síndrome de Klinefelter, no puedo hacer otra cosa más que someterme a esos procedimientos médicos, pero soy intersexo, así que aquella enfermedad que antes parecía una fortaleza indestructible, se vuelve un castillo de naipes y basta una simple brisa para acabar con él. Tener un sexo me permite edificar lo que quiero y preocuparme de mi bienestar, tener una ‘disfunción sexual’ no me permite siquiera decir yo soy.

1 Este título retoma una antología póstuma de canciones del cantautor italiano Fabrizio de André “In direzione ostinata e contraria”. El título se retomó de una canción en específico del autor “Smisurata preghiera” y fue elegido por la esposa de De André, Dori Ghezzi, porque representaba el la personalidad del cantautor que en le vida como en su profesión nunca fue conformista, siempre contracorriente y, en la música, capaz de reformar el panorama italiano.

2 Superfemme: se refiere a un performance que lleva al ‘exceso’/super/hiper las caracteristicas estéticas, de actitud y comportamiento que se suelen atribuir a lo femenino.

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